martes, 15 de febrero de 2011

LA «MAQUINA» DEL CUERPO

Un diccionario moderno de ideas y prejuicios, refiriéndose al cuerpo, dirá:
«una maravillosa máquina». Pero la formulación es ambigua, es testimonio de
una ambivalencia. En tanto que la réplica a la falta de los orígenes que un
buen número de procedimientos se esfuerza por corregir, la asimilación mecánica
del cuerpo humano que deja a un lado al hombre en sí, traduce en el contexto
de la modernidad, la única dignidad que es posible conferir al cuerpo. No
se compara la máquina al cuerpo, sino que se compara el cuerpo a la máquina. La
comparación no puede ir más que en este sentido; paradójicamente, el mecanismo
da al cuerpo sus dudosas cartas de nobleza, signo indiscutible de la procedencia
de los valores para la modernidad. Si no está subordinado a la máquina,
el cuerpo no es nada. La admiración de biólogos o cirujanos ante el cuerpo
humano en cuyos arcanos intentan penetrar, o aquella más cándida del profano,
se traduce por el mismo grito: «Qué máquina tan maravillosa». Son innumerables,
a este respecto, los títulos de obras o de artículos que recurren a la
metáfora mecanicista. Hasta el enfermo de los servicios hospitalarios se deja
engañar. El médico «mecánico», el hospital «estación de servicio» donde se tratan
en cadena las máquinas orgánicas defectuosas, son imágenes que resultan
ser triviales para un discurso crítico que, frecuentemente, ensalza a la inversa
las medicinas paralelas de las cuales uno de los méritos es rechazar la dislocación
del sujeto y tratar a este último de un modo holístico.
De la admiración ante la «máquina maravillosa», el discurso científico o
técnico pasa rápidamente a la postura en pro de la fragilidad que la caracteriza.
A máquina, máquina y media. Para un cierto discurso médico el cuerpo no
merece de forma rotunda una apelación tal. El envejece, su precariedad le
expone a lesiones irreversibles. Ni goza de la permanencia de la máquina, ni
dispone de las condiciones que permitan controlar el conjunto de procesos que
se ponen en juego. El dolor y la muerte son el precio a pagar por la perfección
relativa del cuerpo, lo simbólico de su vasallaje a la historia personal de un
actor sumergido en una sociedad, el placer y el dolor son los atributos de la
carne, implican el riesgo de la muerte y de lo simbólico social. La máquina es
igual, quieta, no siente nada porque escapa de la muerte y de lo simbólico.
Para la tecnociencia, la carne del hombre está dispuesta a la confusión, como si
hubiera que perder una, si cabe, realidad gloriosa. La metáfora mecánica aplicada
al cuerpo resuena como una reparación para conferirle a éste una dignidad
que no sabría tener siquiera siendo simplemente un organismo. Nostalgia
de una condición humana que no estaría más en deuda con el cuerpo carnal, lugar
de la caída, de la precariedad, pero que accedería por último al cuerpo glorioso
creado por la tecnociencia. El cuerpo, vestigio multimilenario del origen no técnico
del hombre.
Cuerpo supernumerario al que el hombre debe su precariedad y al que se
preocupa de cerrar herméticamente al envejecimiento o a la muerte, al sufrimiento
o la enfermedad. «La mutación más espectacular que conmueve a nuestro
universo es sin duda la reificación del hombre —escribe Philip K. Dick—,
pero esta mutación se acompaña al mismo tiempo de una humanización recíproca
de lo inanimado por la máquina. No podemos, en lo sucesivo, oponer
más las categorías puras de lo vivo y de lo inanimado, y esto va a convertirse en
nuestro paradigma»12. La sociología imaginante de Philip K. Dick suscita las
cuestiones más inquietantes del mundo moderno.
Marx Rokheimer veía sobre los rasgos de Hamlet el primer individuo
moderno, y en los propósitos de éste la expresión naciente de la cuestión ontológica.
Las primicias de la disolución de las fronteras entre lo humano y lo
mecánico llevan hoy en día a una interrogación ontológica de un nuevo género.
En la era de la modernidad triunfante, Philip K. Dick nos sugiere irónica-
mente la cuestión que formula con la más profunda de las dudas que el hombre
occidental alimenta de cara a su propia identidad: ¿sueñan los androides
con ovejas eléctricas?13.

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