martes, 15 de febrero de 2011

Salud y Enfermedada como parte del movimiento vital

Salud y Enfermedad como parte
del movimiento vital

Escribe Carlos Trosman



Así como el concepto de cuerpo es cultural, y la construcción del cuerpo y de la imagen corporal es cultural, los conceptos asociados al cuerpo humano son construcciones culturales (como bien lo detalla David Le Breton en sus libros “Antropología del cuerpo y modernidad” y “El sabor del mundo, una antropología de los sentidos”). En especial la salud es un valor social que de ningún modo puede considerarse absoluto, sino en continuo movimiento dentro de las corrientes históricas y sociales e incluso geográficas, a pesar del intento hegemónico de globalización.
En los pueblos llamados “primitivos”, previos a la modernidad, el cuerpo era considerado parte del cosmos, de la naturaleza. Un micro­cosmos dentro de un macrocosmos. Un engranaje dentro de una maquinaria universal. Un ejemplo de esto es que muchas culturas veían al cuerpo como un árbol, lo que indicaba su interdependencia con los climas y los fenómenos naturales. Todavía tenemos vestigios de esas visiones en nuestro lenguaje: decimos “plantas” de los pies, “palmas” de las manos, “tronco” de la columna, etc. Esta concepción está presente también en la Medicina Tradicional China, donde cada órgano del cuerpo, cada emoción, cada comida, cada actividad, tienen relación con una determinada estación del año y su clima correspondiente. Desde esta visión cosmogónica podríamos decir que la tristeza provoca introversión porque retira la sangre y la energía de la piel, que se seca, y la dirige al pecho, donde queda atrapada. Corresponde al otoño que es cuando el aire se seca y se enfría, enfriando la piel y los pulmones, que a través de la nariz reciben este aire frío y deben adaptarlo a la temperatura interna del cuerpo.
La ira, según los dichos populares, hace “subir la mostaza” o “hervir la sangre” lo que indica que calienta y hace ascender la energía y la sangre, generando tensión muscular y necesidad de acción. Como la primavera, que calienta el cuerpo luego del invierno y nos invita a movernos como el viento.
En el invierno el frío invita a quedarse al abrigo de los hogares, a regresar temprano a casa, a cuidarse guiados por un instinto de conservación presente también en el miedo, que provoca sudor frío y empuja la sangre y la energía hacia abajo y hacia lo profundo del cuerpo. Para conjurar el miedo o el frío, necesitamos cobijarnos. Hay correspondencia.
Estas concepciones indican que la salud no es algo estable e invariable, sino que justamente la condición de una buena salud es el movimiento, la adaptabilidad. Implica que cada persona, como engranaje microcósmico, siga el movimiento del macrocosmos, representado en los solsticios y los equinoccios. El sol y el agua siguen siendo las fuentes de nuestra vida.
Un ejemplo claro de esta adaptabilidad es que nos parece perfectamente razonable que alguien tenga calor en verano y frío en invierno. Si sucediera lo contrario y temblara de frío en verano, supondríamos con razón que está enfermo, aunque nos faltaría percibir que lo que expresa es una adaptación fallida a los cambios de temperatura, por ejemplo. Es lo que fundamenta el concepto de “enfermedades esta­cionales”, que corresponden a las estaciones del año y son crisis de adaptación al cambio de clima, por lo que indican justamente un buen funcionamiento de la salud (no una enfermedad), porque el cuerpo responde movilizando sus estructuras para sobrevivir en las nuevas condiciones existentes. “Lo importante no es enfermarse, sino poder curarse” dice Ricardo Dokyu, monje budista zen, en sus enseñanzas.
En la modernidad se instalaron valores como verdades universales, y entre ellos la salud. El cuerpo dejó de considerarse una parte del cosmos y pasó a ser una posesión del individuo, un bien propio dependiente de cada uno. Ya no es como un árbol que depende de los avatares de la naturaleza, sino que queda enajenado de la misma. Comienza a pensarse como una máquina, que por lo tanto depende de la tecnología y de la ciencia para mantener su eficiencia y durabilidad. Esto implica también que el estado de dicha máquina dependerá de las posibilidades económicas de su dueño, como si fuera un automóvil. Desde este concepto, el cuerpo no solamente se enajena de la naturaleza para conjurar, entre otros, el temor a envejecer y a morir, sino que se enajena de nosotros mismos, ya que cuando nos duele algo o nos enfermamos sentimos al cuerpo como algo extraño, ajeno, que no funciona como nosotros queremos. Recurrimos entonces al “servicio técnico” para recuperar la eficiencia y el control sobre el cuerpo: analgésicos para el dolor, antiinfla­ma­torios para los músculos cansados, antiácidos para la digestión, antihistamínicos para los resfríos, estimulantes, relajantes, para dormir, para despertarse, para anestesiarse, para seguir en una carrera que nos enajena cada vez más de nosotros mismos. Para mantener la ficción de una salud estable e invariable a pesar de los cambios climáticos y de la edad.
Esa es justamente la enfermedad más terrible de esta época que nos toca vivir: tratar de encajar en estándares universales que no son tales y únicamente responden a las necesidades económicas del mercado, que necesita vender en todo el mundo lo que fabrican en un sólo lugar, para lo cual genera criterios uniformes a través de los medios de comunicación masiva, provocando “necesidades” iguales (no importa qué diferentes sean los lugares y las costumbres) en sociedades que pretenden ser previsibles para que el mercado (nueva religión que regula nuestros destinos) pueda hacer las prospectivas de sus negocios.
La salud es entonces un bien de consumo, con ofertas de mejor salud para los que tienen más dinero y con los Estados retirándose cada vez más de sus responsabilidades sociales en cuanto a la salud de la población. La privatización de los sistemas de salud propone pensar también a la salud como un ámbito privado del que cada uno debe hacerse cargo por sí mismo y por su propia responsabilidad, pero de acuerdo a los criterios impuestos por el sistema y sus medios de comunicación. Algo parecido a lo que sucede con los criterios de belleza, que debemos incluir en los conceptos de salud actuales. Una cosa es la salud en los países pertenecientes a las economías centrales y otra muy diferente en las economías emergentes, ni hablar en los casos de las economías sumergidas.
Considero importante y saludable trabajar y revisar la percepción del cuerpo en lo que consideramos estados de “salud” o de “enfermedad”, percepciones influidas y construidas desde lo social. En contraposición a la propuesta mercantilista de la búsqueda de la “Salud Perfecta” o “Buena Salud”, saludo la idea que expresa que ninguna persona está totalmente sana y que tampoco hay gente totalmente enferma. La vida es en sí misma una sucesión de procesos de adaptación a las circunstancias externas e internas de los sujetos. Adaptaciones a los cambios de clima, a la alimentación, a los estados de ánimo, a las crisis existenciales, familiares y/o sociales, a los ciclos vitales, a cambios geográficos, a cambios emocionales, etc… El complejo sistema que somos, que incluye un soporte biológico significado psicológica y socialmente, en una interacción permanente consigo mismo y con el medio, mantiene la funcionalidad vital durante estos cambios que a veces producen crisis, que, dependiendo del grado de las mismas, llamamos enfermedad. Las enfermedades son intentos de adaptación a estos cambios in­ternos y externos, y esta diferenciación la hago en un sentido subjetivo y no geográfico (ya que el “adentro” y el “afuera” del cuerpo es otro tema importante a debatir). Cuando los niños se enferman decimos que “están creciendo”, que “pegan un estirón”; cuando los adultos se enferman decimos que “están enfermos” o que “están viejos”. Se pierde la noción de enfermedad como crisis de crecimiento y desarrollo, y se piensa al cuerpo como una máquina defectuosa que pierde su rendimiento y eficiencia cuando está enfermo. “Pensar el cuerpo es pensar el mundo” dice Le Breton.
Crecemos, nos adaptamos y aprendemos hasta que nos morimos, pasando por sucesivas crisis y diferentes estados de salud y enfermedad como partes del movimiento de la vida. Y morimos cuando esta capacidad de adaptación falla o colapsa. Mientras estamos vivos continuamos adaptándonos, como una unidad funcional en un medio mayor. Tomar la salud como algo fijo o permanente, que puede ser invariable, implica perder la relación de la salud con el cosmos y con los ciclos vitales. No hay una salud universal. Es por eso que las enfermedades que para unos son mortales, en otras personas se vuelven crónicas.
Los modelos publicitarios venden lo absoluto, “la salud total”, que es inexistente, con lo cual generan las distintas adicciones a la salud como las cirugías estéticas, el “body building”, los me­dicamentos y suplementos dietarios de venta libre, y de los otros… que en definitiva, y justamente por el intento de mantener un rendimiento parejo y uniforme de la vida, que es en sí misma movimiento, terminan provocando enfermedades, siendo la principal de ellas la adicción.
Comprender la salud como un sistema en movimiento, que varía con cada edad, época del año, en cada situación anímica y social, es fundamental para mantener la funcionalidad. El problema no son las enfermedades y el enfermarse, lo importante es tener la capacidad de curarse.
Justamente un motor muy importante de la curación es nuestra posición subjetiva, el punto de vista desde dónde miramos al mundo, lo que creemos que debe ser nuestra salud y nuestra enfermedad, lo que pensamos de nuestro cuerpo, ya que estos factores determinarán la organización inconsciente de nuestras energías en el sentido de la curación (o no, por supuesto).

Artículo basado en la Ponencia presentada en el IV Congreso Internacional de Ciencias, Artes y Humanidades El Cuerpo Descifrado, realizado en Puebla, México, 27 al 30 de octubre de 2009.




Carlos Trosman es Psicólogo Social, Diplomado en Corporeidad, Director de la Escuela de Shiatzu Kan Gen Ryu.


Este texto fue publicado en la edición Nº 90 de Kiné, la revista de lo corporal.



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