Cuando tocamos a alguien, somos a la vez tocados. Bonnie Bainbridge Cohen
La piel es el órgano que marca el límite del organismo en relación al mundo exterior. Es flexible, móvil y resistente, mantiene la temperatura interna, impide la pérdida de líquidos y también que el agua penetre en el cuerpo. Es también un reservorio de energía (grasa), es una protección contra las radiaciones, las infecciones, y a través de los receptores de dolor, vibración, frío o calor, nos permite advertir situaciones eventualmente peligrosas. Estos receptores se combinan de numerosas formas para darnos la variada gama de sensaciones que recibimos a través del contacto: frío, caliente, duro, blando, seco, mojado, suave, áspero… por mencionar algunos de los adjetivos con que describimos lo que tocamos.
Esta piel que nos rodea, que marca la diferencia entre “yo” y “no yo”, que nos separa de los demás y al mismo tiempo nos conecta con ellos, es una de las tantas pieles que posee el cuerpo, es la más externa. Los orificios del cuerpo (la nariz, la boca, el ano, los genitales), actúan como elementos de conexión entre la piel externa y algunas de estas pieles internas: las mucosas, que marcan el límite del organismo en relación a los elementos externos que ingresan en el cuerpo: el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos y excretamos, o el contacto durante el acto sexual. Otras pieles están en contacto con los distintos fluidos que circulan por el cuerpo: los epitelios de los vasos sanguíneos y linfáticos o las meninges que rodean al sistema Nervioso Central Así como podemos considerarnos un “sistema de sistemas”, también podemos pensarnos como un “sistema de membranas”. Desde el contenedor exterior hasta la membrana celular, existen distintas “pieles” que protegen, separan y dividen a las variadas estructuras que componen nuestro cuerpo. Estas membranas, que reciben distintos nombres según el sistema al cual pertenecen (el periostio de los huesos, las aponeurosis musculares, la pleura de los pulmones, el pericardio del corazón), son las encargadas de proporcionarnos las sensaciones de “contacto interno”, de las que no siempre somos conscientes, pero que son un elemento enriquecedor de la experiencia corporal. Aquellos que hemos elegido como profesión el trabajar sobre la conciencia de nuestro cuerpo como forma de acceder a los cuerpos de otros, desarrollamos con el tiempo una sensibilidad especial en el tacto. Como facilitadores, hablamos a través del contacto de nuestras manos. Con ellas decimos más que con la palabra: invitamos, proponemos, escuchamos y observamos con la piel. Tocar el continente del cuerpo es sólo una de las posibilidades: a través de cambios en la presión y la calidad del contacto, podemos acceder también a las distintas pieles y sistemas del cuerpo. Se produce entonces un fenómeno de resonancia y de diálogo. Al tocar y ser tocado, la sesión se convierte en un ejercicio de exploración y de comunicación a través del tacto .
Contacto y desarrollo
“¿Abrazó a su hijo hoy?”, pregunta una calcomanía.
No es una pregunta cualquiera. El tacto parece ser tan esencial como la luz del sol. Diane Ackerman
Es probable que el tacto sea el menos investigado de todos los sentidos. Esto puede deberse a que, a diferencia los otros, no posee un órgano “diferenciado” que pueda estudiarse (la piel abarca todo el cuerpo), o quizás a la represión cultural que afectó a la ciencia durante décadas. Al respecto dice Cohen: “Como todas las ciencias son reflejo de las ideas socio-político-religiosas de la época, es apropiado que la represión histórica de las sensaciones corporales en la cultura Occidental haya sido transmitida como un hecho científico”. Durante mucho tiempo, y aún en la actualidad, un fenómeno es considerado "objetivo" si puede ser separado de todas las sensaciones corporales. Para ser válido debe ser medido sólo auditiva o visualmente, si se evalúa a través de otras sensaciones corporales, es considerado "subjetivo".
A pesar de ello, en numerosos estudios realizados por neurofisiólogos, antropólogos, pediatras, sociólogos y psicólogos se ha demostrado ampliamente de qué manera el contacto afecta profundamente el desarrollo del cuerpo y de la mente, hasta el punto que la carencia del mismo puede producir daños en el sistema nervioso, e incluso la muerte. La primera experiencia de contacto se produce a nivel celular. A partir del momento de la concepción, las membranas celulares están en contacto, comunicándose. Desde este punto de vista, podríamos decir que nunca somos uno: a partir de la primera división somos dos células que se tocan, luego 4, 8 y así sucesivamente. Esta relación entre las primeras células va organizando el “tono celular”, que junto al tono de los órganos, sientan las bases para el tono muscular, que es lo que, en definitiva, marcará la calidad de nuestro contacto con los demás. Durante la gestación, el tacto y la kinestesia, son los primeros sentidos en desarrollarse, estableciendo la base para el desarrollo futuro de los demás sentidos, y de nuestra relación con el medio ambiente. La aparición temprana de ambos nos hace pensar que el tacto y el movimiento son fundamentales para la supervivencia. La experiencia de recrear estas primeras instancias de contacto puede servir como elemento reorganizador de la unidad psicofísica, tanto en niños como en adultos. En el caso de mujeres en el período de gestación, este tipo de exploraciones, usualmente realizadas con la ayuda de esferas y elementos de soporte adicionales, les permite fortalecer el vínculo con su bebé, a través de experimentar en sus cuerpos las vivencias del niño dentro de su vientre. Intrauterinamente aprendemos básicamente a través de la estimulación sensorial, a través de las presiones que ejercemos y que recibimos en la interacción con las paredes del útero, que van organizando nuestra capacidad de percibirnos, y percibir a los demás. Los recién nacidos, aun antes de que se organice la visión bifocal aprenden a través del contacto cuerpo a cuerpo con quien los tiene en brazos, pero también a través de las sensaciones que reciben de las superficies y de los objetos que tocan y que los tocan. Como adultos, finalmente, nos relacionamos a través del contacto, desde un formal apretón de manos hasta un abrazo o un beso. Muy frecuentemente la capacidad de sentir a través del tacto se ve disminuida por la educación, o las exigencias de lo cotidiano. Para mantener el cuerpo abierto y despierto, necesitamos redescubrir las sensaciones a través del contacto con el piso o con una pelota durante una clase de trabajo corporal, o en un masaje, Toda experiencia de contacto es una experiencia de aprendizaje. Desde las membranas celulares hasta la piel tocamos y somos tocados por las células, los tejidos, los fluidos, los objetos, los cuerpos, las miradas, los sonidos, las palabras. El tacto nos acerca al mundo, y es la llave más antigua de nuestra memoria. Muchas cosas |
Referencias:
Bonnie Bainbridge Cohen. Sensing, Feeling and Action, Contact Editions. Diane Ackerman. Historia natural de los sentidos, Emecé Editores. Herbert Lippert. Anatomía. Estructura y morfología del cuerpo humano, Editorial Marbán |
© Silvia Mamana, publicado en Kiné nº 74 Octubre noviembre de 2006 |
sábado, 11 de agosto de 2012
Tocar y ser tocados por Silvia Mamana
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